Recientemente mundiario (@mundiario) publicó que la expulsión de Science of the Total Environment del registro de calidad de Clarivate no es un simple tropiezo editorial: es el síntoma visible de una enfermedad silenciosa que ha corroído la credibilidad de la ciencia contemporánea. La caída de esta megarrevista, dirigida durante más de una década por el químico español Damià Barceló, expone una industria multimillonaria sostenida con dinero público, inflada por incentivos perversos y alimentada por el imperativo de producir más, cueste lo que cueste. La investigación científica, presentada durante años como un territorio de rigor y neutralidad, se revela ahora como un mercado donde publicar se ha convertido en una transacción más que en un proceso de validación del conocimiento.
A lo largo de su mandato, Barceló convirtió a Science of the Total Environment en una máquina de multiplicar artículos: en apenas diez años, la revista pasó de publicar unos pocos miles de trabajos a rozar los 10.000 anuales. En ese crecimiento exponencial no hubo milagros editoriales, sino la lógica de un negocio basado en las tarifas de publicación que cada autor debe pagar —3.600 euros más impuestos por artículo—. A más estudios, más ingresos. A más ingresos, más poder. Y a más poder, menos control.
Ese modelo, lejos de ser una anomalía, se ha convertido en norma. Las grandes editoriales científicas —Elsevier, Springer Nature, Wiley y Taylor & Francis— acumularon más de 6.000 millones de euros en beneficios en 2024, con márgenes superiores al 30%, cifras fuera del alcance de la mayoría de sectores productivos. Y todo ello gracias a un sistema “publica o muere” que empuja a los investigadores a producir sin descanso y a las revistas a aceptar cada vez más trabajos, rebajando la exigencia y multiplicando los errores, las trampas y las revisiones ficticias.
El caso de Science of the Total Environment destapa además la existencia de redes opacas: porcentajes atípicos de autores procedentes de determinados países, revisores inventados, conflictos de interés ignorados y editores que firman sus propios artículos. Clarivate, la multinacional encargada de validar la calidad de las publicaciones, terminó por expulsar la revista tras constatar que ya no cumplía los estándares mínimos. Pero la decisión llega después de años de avisos ignorados y decenas de estudios retratados por malas prácticas.